Monday, July 27, 2015

Volviéndome una aliada apasionada de los inmigrantes: una delegación a México

por Sarah Aldridge 

Al comienzo de mis vacaciones de verano, desde el 12 hasta el 21 de mayo, viajé con una delegación de la Universidad Estatal Appalachian a Oaxaca, México, para estudiar las políticas migratorias estadounidenses y los efectos que tienen en la vida de la gente mexicana común y corriente. Me lanzé a esta experiencia sin tener ninguna idea de qué esperar, y sin conocimiento alguno de los problemas de las políticas migratorias. El resultado es que salí de esta delegación y de este pais enamorada de su gente, y mucho más informada sobre un puñado de temas, tales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), las técnicas agrícolas indígenas, y un colectivo de mujeres tejedoras. Por encima de todo, me conecté con un lugar y un pueblo, lo que hizo que me apasionara con este tema.


Este viaje estará en mi memoria para siempre, desde mi visita al museo de arte moderno durante mi tarde libre, el descubrimiento que pude hablar español mejor de lo que creía, y el pan dulce que me encantó en el desayuno todos los días. Una de las cosas increíbles sobre el itinerario que Acción Permanente por la Paz (Witness for Peace) elaboró para nosotros durante los diez días fue la conexión humana sobre un tema muy importante que tiene que ver con políticas de mi país. Con frecuencia, las personas afectadas por ellas, las que incluyen una frontera cada vez más patrullada, son ignoradas por los medios de comunicación, lo cual lleva a mucha ignorancia y una manera de ver a los inmigrantes como una horda de personas sin nombre. 

Durante la delegación, Acción Permanente por la Paz hizo posible que nos reunieramos y conocieramos a migrantes en camino a EEUU, tanto como a migrantes que regresaron de dicho país. También nos platicaron mujeres indígenas y sus familias que trabajan duro en su comunidad para disminuir la migración. Estoy segura de que mientras yo viva, nunca voy a olvidar algunas de las personas que conocí, tal como Jesús León Santos, el granjero apasionado y reconocido a nivel internacional a cargo de CEDICAM, una organización que enseña técnicas agrícolas indígenas y que promueve el comercio local en una zona devastada por las políticas del TLCAN. Tampoco voy a olvidar a una estudiante universitaria con quien platicabamos durante una comida, que había regresado a México. Y a pesar de sobresalir en sus estudios en EEUU con notas increíbles, no pudo asistir a la universidad porque era un inmigrante “ilegal”. Y como olvidar de mi “mama anfitriona” en Teotitlán del Valle y sus sobrinos preciosos, con quienes pasé muchas horas agradables empujándolos en un columpio, o viendo “La Bella y la Bestia” en español, mientras ayudaba a su mamá a cocinar o hablaba con su padre sobre su experiencia en EEUU.


Mi tiempo con Acción Permanente por la Paz no sólo enriqueció mi conocimiento de los hechos y las cifras sobre la inmigración y los estereotipos plasmados, sino que también me ofreció la oportunidad de escuchar verdaderas historias personales. La última noche antes de regresar a Carolina del Norte, escribí en mi diario, reflexionando a lo largo de once páginas. En las dos últimas, hice una lista de los valores que se fortalecieron en mí a raiz de todas las reuniones y cenas y excursiones y compras en librerías independientes, incluyendo la acogida de mi familia, la conciencia social de todos los que dieron pláticas, el espíritu aventurero de todos los amigos que hime en nuestro hostal, la pasión de nuestra maravillosa líder Maggie, y la belleza y tranquilidad pero bulliciosa ciudad de Oaxaca.

Además de fortalecer mi vida personal, mi tiempo en Oaxaca me ha permitido hablar más en favor de los inmigrantes, que muchas veces no tienen ni rostro ni nombre en nuestra sociedad. También me ha brindado las herramientas para educar a futuras generaciones sobre las injusticias de las políticas actuales migratorias y los peligros y dificultades que los migrantes enfrentan, tanto en su país de origen como en EEUU, ya sea que lleguen "legalmente" o "ilegalmente". En el programa donde he enseñado este verano, hemos leído varios libros sobre la inmigración o con personajes de herencia latina, lo cual me ha brindado la oportunidad de hablar con los estudiantes acerca de la inmigración y de las cosas que he aprendido a través de mi tiempo en Oaxaca. Con todo, viajar con Acción Permanente por la Paz cambió mi vida, y sin duda la mejoró. Nunca olvidaré las cosas que aprendí, las experiencias que tuve, y como me transformaron mis diez días en México.



(traducido del inglés por Maggie Ervin)

The Making of a Passionate Immigrant Ally: a Delegation to Mexico

by Sarah Aldridge

At the beginning of my summer vacation, from May 12th - 21st, I traveled with a delegation from Appalachian State University to Oaxaca City, Oaxaca, Mexico, to study U.S. and Mexican immigration policies, and the effects that these policies have on the lives of ordinary people. I went into this experience having no clue of what to expect, and knowing very little of the issue of current immigration policies, and left with yet another country and people I have fallen in love with, and knowing much about a handful of related topics, such as the North American Free Trade Agreement, indigenous Mexican farming techniques, and women’s weaving collectives. Above all, however, I made a connection with a place, a people, and an issue that I was not previously as passionate about.


This trip will be engrained in my memory forever, from my free afternoon trip to the local modern art museum and the realization that I can speak Spanish better than I believed, or the pan dulce that I loved so much at breakfast every day. One of the most amazing things about the itinerary that Witness for Peace put together for us for the ten days we were there was the human connection with a very human topic. So often, the people affected by immigration policies and reform, the D.R.E.A.M Act, and the increased border patrol are erased by mass media and a lack of knowledge to simply being a mass of people, nameless immigrants. 

Throughout our delegation, Witness for Peace made sure that we were meeting with and making connections with people staying at migrant shelters, with returned immigrants to America, and with the indigenous women and families who worked to decrease the migration out of their community. I know that as long as I live, I will never forget some of the people I met, from Jesus Leon Santos, the passionate and internationally acknowledged farmer in charge of CEDICAM, an organization that reintroduces indigenous farming techniques and local trade to an area ruined by the policies of NAFTA, to the university student that we joined for lunch, who had returned to Mexico after, despite excelling in American schools and making incredible grades, was unable to attend college because she was in “illegal” immigrant, and to my host mom in Teotitlan del Valle and her precious niece and nephew, whom I spent many enjoyable hours with pushing on swings, or watching Beauty and the Beast with in Spanish, while helping their mother cook dinner or discussing their father’s experiences growing up in the U.S. 


Not only has my time with Witness for Peace enriched my knowledge of immigration facts and figures, the stereotypes forced upon immigrants, and the true personal faces of immigration, but it has enriched the values that I find the most important in my life, which I believe any unbelievable experience should. The night before I returned to Charlotte, North Carolina, I wrote in my journal, reflecting for eleven pages. On the last two pages, I listed the values that were strengthened in me after all the meetings and dinners and day trips and shopping at indie bookstores, including the openness of my host family and all the speakers, the social awareness of everyone we met with on the trip, the adventurous spirit of all the friends I made at our hostel, the passion of our wonderful leader Maggie, and the beauty and tranquility and beautifully bustling city of Oaxaca. 

In addition to strengthening my life personally, my time in Oaxaca has enabled me to speak up more on behalf of immigrants who have been rendered faceless and nameless by our society, and educate future generations on the injustices of current immigration policies and the dangers and hardships that immigrants face, both in their home country and in the U.S., whether they arrive “legally” or “illegally.” At the summer enrichment program where I’ve taught this summer, we’ve read several books on immigration or with characters with hispanic heritage, and I’ve had the opportunity to speak with not only my class, but other classes as well about immigration policies and the things I learned through my time in Oaxaca. All in all, travelling with Witness for Peace changed my life, and definitely for the better. I’ll never forget the things I learned there, the experiences I had, and the person that I was during my ten days in Mexico.




Monday, July 13, 2015

Wounaan Desplazados Buscan Garantía de Seguridad en el Apoyo del Gobierno Colombiano

Allison Rosenblatt, Acción Permanente por la Paz Colombia
La versión original de este artículo aparece en inglés en Upside Down World

El 18 de junio, salió un informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados diciendo que “...uno en cada 122 seres humanos actualmente es un refugiado, desplazado internamente, o una persona solicitando asilo.” En Colombia, un país que ha tenido más de 50 años de conflicto armado, la cifra actualizada es seis millones de desplazados, poniendo a Colombia en el segundo lugar, solo superada por Siria que tiene doce millones.

Mientras solo estas cifras ya son impactantes, la realidad de la estadística hace parte de la vida cotidiana de muchos colombianos. Los indígenas Wounaan son uno de los grupos más recientes que sienten los efectos del desplazamiento que caracteriza el conflicto armado de Colombia. Tradicionalmente, los Wounaan han vivido en paz por la orilla del río San Juan que sale al mar Pacífico cerca de la ciudad portuaria de Buenaventura. Pero hoy, cientos de indígenas hacen parte de los seis millones de personas a quienes les ha tocado huir de sus hogares.

Por el acceso que el río San Juan tiene al mar, el área se ha convertido en canal óptimo para comercio, tanto legal como ilegal. El narcotráfico y minería ilegal de oro tienen presencia en la región y los actores armados que controlan estos negocios intentan activamente de lograr el control sobre el canal estratégico a expensas de los indígenas que han vivido pacíficamente en el área por siglos. Muchas de las comunidades Wounaan están experimentando confinamiento cuando hombres armados, señalados como paramilitares, entran a sus propiedades y les amenazan a muerte si salen a cazar, pescar, o atender sus cosechas. En algunos instantes, familias particulares deciden huir mientras otras eligen permanecer, rompiéndose el tejido social de su pueblo. En otros instantes, comunidades enteras se desplazan de una vez, dejando sus casas y escuelas abandonadas con nada más que el viento corriendo por sus puertas.

La vida en el coliseo

Una comunidad desplazada así es la de Unión Aguas Claras, un pueblo constituido por 343 personas de 62 familias. La comunidad experimentó varias amenazas que causaron su desplazamiento en noviembre de 2014. Líderes dicen que miembros del ejército colombiano pisotearon sus cosechas alimenticias y en otra ocasión seis presuntos paramilitares entraron su propiedad y exigieron a la comunidad que se les diera posada por varios días. La comunidad rechazó las exigencias de los paramilitares y los hombres se fueron eventualmente, amenazándolos en el proceso.

La comunidad ha sido desplazada a Buenaventura donde el gobierno les ha dado albergue en el coliseo principal, El Cristal. Están recibiendo apoyo del gobierno municipal, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, y varias organizaciones no gubernamentales. Más de nueve meses después, las 62 familias Wounaan están durmiendo todavía en hamacas colgadas en puertas y colchonetas metidas abajo de la gradería. A las mujeres les cuesta encontrar los materiales típicos para hacer su artesanía, y a los hombres, que en el pasado tenían capacidad de cazar y cultivar, les faltan sus métodos tradicionales para apoyar sus familias. Niños corren por la cancha de básquetbol, creciendo en un ambiente urbano, tan diferente a los espacios verdes en que su gente prosperaba.

Actualmente, la comunidad está en el complejo proceso legal con el gobierno municipal de pactar un plan para su retorno. Pero una vez tras otra los líderes de la comunidad se han enfrentado con puertas cerradas y palabras vacías.

“No es apto para negociar aquí,” dijo un líder de la comunidad, Édison Málaga, al frente de su gente en una reunión en el piso de la cancha de básquetbol. “La paciencia está totalmente acabada.”

El gobierno municipal propuso un plan de retorno a la gente de Unión Aguas Claras en que detalló la indemnización que recibirían hablando de salud y educación. Pero había una parte crucial que faltaba: la garantía de su seguridad. Sin garantizar que estarán seguros en sus hogares, la gente de Unión Aguas Claras ha rechazado su retorno.

Mientras tanto, la comunidad no ha sido capaz de tener una vida digna en el coliseo. Líderes de la comunidad culpan la alcaldía y la Unidad Nacional de Protección por no cumplir con sus promesas. Entre otros, han reclamado por la falta de apoyo y materiales educativos.

“No han dado ni un tablero, ni un marcador,” dijo Mayolo Chamapuro, otro líder de la comunidad. “Ya no tengo para hablar frente de la entidad... Mientras estamos acá no tenemos alimentación.”

La comunidad ha reclamado frecuentemente que el gobierno no le provee suficiente comida para alimentar 343 personas y la comida que ha recibido no completa una dieta diferenciada. La malnutrición de niños, mujeres embarazadas, y personas de tercera edad es urgente, probada por la muerte trágica de un infante de solo dos días el 28 de junio. Este es el segundo niño que ha muerto desde el desplazamiento de la comunidad.

“Las condiciones en las que resisten las familias Wounaan empeoran cada día, teniendo en cuenta el hacinamiento en el que viven que aumenta el riesgo de enfermedades a causa de la desnutrición principalmente en los niños, niñas, mujeres en embarazo y adultos mayores, pues la alimentación ofrecida por el gobierno no contempla una dieta diferenciada completa y no hay garantías para los procedimientos de medicina y armonización propios...” dijo la Comisión Interclesial de Justicia y Paz, una organización de derechos humanos que acompaña los Wounaan desplazados.

Escepticismo de la seguridad

Los líderes de Unión Aguas Claras dijeron que en marzo de este año, la policía de Buenaventura hizo un informe de la situación de seguridad del río San Juan, declarando que el área era segura para el retorno de los Wounaan. Sin embargo, el informe nunca fue entregado a los líderes de Unión Aguas Claras quienes esperan ansiosamente un retorno sin peligro a su hogar.

Todo esto está pasando mientras el gobierno colombiano ha estado en una mesa de negociación por dos años y medio con el grupo guerrillero más grande del país, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Según un informe de la policía en su momento, las FARC estaban sosteniendo un cese unilateral que fue cancelado el 22 de mayo como una respuesta a agresiones militares.

Los Wounaan necesitan con urgencia que las fuerzas públicas evalúen nuevamente la seguridad del río en el nuevo clima político. Cientos más en Colombia han sido desplazados por choques entre las FARC y el ejército y los Wounaan quieren evitar la misma fortuna.

Otra prueba de la inseguridad llegó el 8 de junio cuando 50 personas (20 familias) del resguardo Papayo fueron desplazadas por “los hostigamientos, intimidaciones, extorsiones, restricción a la libre movilidad y al derecho a la alimentación, a la siembra y caza...”

Apiñados en dos casas pequeñas en la zona bajamar de Buenaventura, la gente de Papayo cuenta con el apoyo de Unión Aguas Claras en su propio proceso de retorno. Pero como han visto muchos de los Wounaan desplazados, las amenazas de paramilitares eran una sola parte de su lucha. La próxima fase es hacer responsable al gobierno colombiano.

“Estamos acá en crisis por parte del estado,” dijo Chamapuro.

Thursday, July 2, 2015

Nueva planta embotelladora de Coca-Cola amenaza los derechos laborales en Colombia

Lisa Taylor, Acción Permanente por la Paz Colombia.
La versión original de este artículo fue publicada en inglés en Latin Correspondent.
El 5 de junio 2015, Coca-Cola FEMSA – la franquicia mexicana de la multinacional The Coca-Cola Company que tiene la sede principal en Atlanta, Estados Unidos – inauguró su séptima y más reciente planta embotelladora en Colombia, ubicada en el municipio de Tocancipá, al Norte de la capital Bogotá.
Después de invertir más de $200 millónes de dólares para construir un complejo industrial, de alrededor de 27 hectáreas de extensión, la empresa espera que la nueva fábrica produzca  290 millones de litros del producto, cada año, y el cual es suministrado a cerca de 47 millónes de consumidores.
A pesar de la promesa que la nueva planta proveerá crecimiento económico y trabajos locales, muchos de los dirigentes laborales de Coca-Cola critican los efectos de las operaciones de la multinacional en Colombia. La planta nueva cuenta con una tecnología avanzada, y sólo requerirá de un promedio de 150 trabajadores. Por ende, muchos sospechan que la operación en Tocancipá signifique el cierre de las otras fábricas embotelladoras por todo el país. Una señal preocupante es que ya cientos de trabajadores de la planta de Fontibón, en Bogotá, han perdido sus trabajos.
El dirigente sindical, Diego Rodriguez, empleado de la planta de Coca-Cola en la ciudad de Cali (al Suroccidente del país), sospecha que las operaciones embotelladoras allí van a ser trasladadas a Tocancipá muy pronto, dejando sólo un centro de distribución pequeño y reduciendo drásticamente el número de empleados necesarios para su proceso de producción. Actualmente la planta de Cali cuenta con aproximadamente 800 trabajadores.
El director de Coca-Cola FEMSA,  John Santa María, ha llamado la nueva planta en Tocancipá: “un ejemplo de arquitectura industrial avanzada y de productividad en Latinoamérica,” y afirma que el uso eficiente del energía ahorrará entre el 20 y 30 por ciento más de agua. 
A pesar de esta proyección optimista, los dirigentes sindicales locales dicen que la planta consume aproximadamente 1,68 millones de metros cúbicos de agua, lo que constituye el 68,5 por ciento del consumo del agua del municipio entero.
Atropellos contra los sindicalistas
Coca-Cola FEMSA empezó su operación en Colombia en 2003 y actualmente maneja siete plantas embotelladoras y 25 centros de distribución en todo el país. Debido a la tercerización extensiva, la multinacional opera en Colombia bajo varios nombres, incluyendo: Industria Nacional de Gaseosa, Nuevas Gaseosas, Colombia S.A., Femsa Logística, Imbera, Atencom y Oxxo.
Los dirigentes sindicales argumentan que Coca-Cola demuestra una actitud anti-sindical y pretende debilitar cualquier movimiento a favor de derechos laborales.
“Somos calificados y tratados como los enemigos de las empresas y el Estado, para justificar reprimirnos nos estigmatizan y toda acción o reclamación de los sindicatos, así esté protegida por la Constitución, la ley, los convenios internacionales es atacada sistemática e integralmente con el fin de aniquilarnos o llevarnos a una condición de debilidad de tal magnitud que no exista la posibilidad de tener fuerza para defender los derechos de los trabajadores y capacidad de negociación colectiva.”  una carta de los representantes de SINALTRAINAL (el Sindicato Nacional de Trabajadores del Sistema Agroalimentario) al ex-embajador estadounidense y congresistas estadounidenses.
Afiliados de SINALTRAINAL alegan que Coca-Cola ha perseguido y despedido a trabajadores por afiliarse al sindicato, ha implementado pactos colectivos (acuerdos que son negociados en una forma independiente entre la empresa y los trabajadores no-afiliados con el sindicato, que procuran debilitar la capacidad del sindicato de negociar una convención colectiva), ha despedido a empleados heridos o enfermos que sostuvieron accidentes por el trabajo y ha apoyado varias campañas de propaganda que disuaden la afiliación de los trabajadores al sindicato.
Los dirigentes laborales se preocupan especialmente por los vínculos posibles entre Coca-Cola y los grupos armados ilegales.
Se estima que 14 dirigentes laborales fueron asesinados por los grupos paramilitares, 60 desplazados de sus hogares, 100 amenazados de muerte y cinco fueron exiliados según Gerardo Cajamarca, miembro de la Misión Internacional de SINALTRAINAL en el exilio.
Debido a las amenazas de muerte de los grupos paramilitares, Cajamarca tuvo que huir de Colombia hace 11 años. Este abril, retornó a Bogotá temporalmente para acompañar los cinco días de la huelga de hambre de cinco trabajadores de Coca-Cola que exigían el fin de los despedidos injustos, la persecución del sindicato, el fracaso de observar los aspectos de las convenciones colectivas y el uso extensivo de tercerización de los trabajadores.
Los trabajadores de Coca-Cola en huelga de hambre en Bogotá. Foto: Ali Rosenblatt.
Aunque en abril prometió cumplir con la exigencia de los huelguistas, crear una mesa de negociación para conversar las violaciones de los derechos laborales, Coca-Cola FEMSA negó cumplir con esa promesa.
El mismo sueño de país por el que tantas veces nos han desplazado, asesinado, exiliado, encarcelado, el mismo sueno de país que a pesar de todo sigue vivo, por el cual debemos seguir en la tarea cotidiana de organizar, movilizar y unificar,” dijo Cajamarca.
“Un horizonte muy precario”
Coca-Cola ubicó su nueva planta embotelladora en Tocancipá para aprovecharse de la zona franca allí establecida – una región geográficamente delimitada dónde las empresas disfrutan de varios beneficios tributarios y aduaneros. En Tocancipá, las empresas pagan un impuesto de renta de tan  sólo 15 por ciento, comparado con la tasa nacional del 33 por ciento, además de esto no pagan impuestos aduaneros para ciertos bienes de capital, equipos, insumos, y repuestos que vienen del exterior.
Las zonas francas han sido implementadas por toda Colombia en medio de una oleada de los tratados internacionales de libre comercio, incluyendo el Tratado de Libre Comercio entre Colombia y Estados Unidos que tomó efecto en 2012.
“Es muy beneficioso porque la producción es más económica, es muy barata, y por eso van a concentrar la producción allí,” dijo Diego Rodriguez.
También agregó que la nueva planta en Tocancipá funcionará casi exclusivamente por la tercerización de los trabajadores, y los trabajadores que no tienen contratos directos no podrán sindicalizarse y defender sus derechos laborales. Algunos trabajadores tercerizados han intentado organizarse, pero se enfrentan con muchos desafíos en un país en dónde sólo  el 4,5 por ciento se han sindicalizado con éxito.
“Si es una empresa multinacional que viene, se chupa todo el agua, terceriza a todos los trabajadores, y después se lleva el dinero para el exterior. Para nosotros esto no es un desarrollo real. . . están dejando sólo el mercado, sólo el producto y lo que vemos acá, es un horizonte muy precario para el trabajador,” dijo Rodriguez.